Mozart y el desnudo del alma

Hace años que me "enamoré" de Mozart. La culpa un concierto-conferencia que organicé con la que hoy es más que una AMIGA, con mayúsculas. Ayer casi cuatro años después volví a escuchar el Réquiem, en directo, a menos de 20 metros desde el escenario. La obra contó con las actuaciones de los solistas Anna Puché Rosado (soprano), Chiara Fracasso (mezzosoprano), Ricardo Mirabelli (tenor), Elia Todisco (baix), además del coro del Teatro Principal y de la Orquesta Sinfónica de Baleares. Un concierto dirigido por un Francesc Bonnín, que destila en sus movimientos pasión y entusiasmo. Antes, nos impartió una clase de 50 minutos sobre las notas de la obra que más universal hizo a este genio. Nunca podré borrar de mi retina sus movimientos, sus zapateos... Estoy convencida que algo de mágico tienen las notas de Mozart, a mi personalmente me desnudó todo el lenguaje de mi corazón y sentimientos ante una compañera de trabajo que incluso me negó en una ocasión el saludo. Posiblemente su indiferencia y caras torcidas destrozaron toda la magia del Madrid que ronroneaba como las gatas en celo (me encantaba escucharla hablar, qué pasión e ilusión le echa la cabrona a sus proyectos) y sus zapatos de colores (no pasaban desapercibidos). El pequeño genio estrechó distancia, el resto, lo hemos construido a bases de horas de paciencia. Mozart cura el alma. No tiene marcos, ni límites, sólo la propia condición del ser humano, saca lo mejor de cada uno de nosotros, el ansia de superación, desde la humildad, el amor y la ternura en estado puro. Aún me estoy preguntando que pasó en aquel concierto-conferencia, pero lo confesable es que aún estoy desgranando las claves de este Réquiem, que cada vez que le escucho me hace llorar. Hace menos de 24 horas, volví hacerlo. Lágrimas en silencio, delante de íntimos fotogramas en blanco y negro, danzando entre los misteriosos violíones, violas, chelos, oboes, clarinetes... Casi 100 minutos meciendo en mi baúl personal lo extraordinario de estar viviendo una gran amistad.
Pasaba por aquí y me quedé. La verdad que me llegó una invitación por e-mail para participar en la IV Jornada de Educación Integral, organizada por la Fundación Claudio Naranjo, y la UIB, y pensé que tenía que estar allí. Primero, como YO (persona), para continuar haciendo una performance de mi alma, y segundo, como madre para conocer las herramientas con las que puedo ayudar a mi pequeña Luna a trazar caminos que ella algún día elegirá. Todos los asistentes tenían alguna conexión con el mundo de la educación, pero es más, de todos emergía, o por lo menos, con los que intercambie algunas palabras, su preocupación por como humanizar la educación. Casi 12 horas entre talleres creativos, imaginativos, emocionales para intentar despertar en nuestra conciencia el niño que todos nunca debemos “mandar” a dormir.
Una de las preguntas que se intentó contestar a lo largo del día fue ¿qué pueden hacer los profesionales que acompañan el crecimiento de los que jóvenes para facilitarles el aprendizaje y es más poner cimientos para desarrollar su inteligencia emocional, la empatía, asumir las responsabilidades, el compromiso, la responsabilidad, el respeto…? Convertir un aula en un espacio de convivencia para aprender.
Participé en dos talleres a elección propia y uno en común en el que el arte fue la percha escogida por los profesionales que pilotaron a los equipos. Arte en movimiento, en acción, en el que convivieron teatro, música, danza, expresión corporal y pintura… para ayudarnos a explorar nuestros caminos interiores. El silencio se apuntó a este tango de sensaciones para guiarnos hacia nuestro laberinto interior y como una palanca activarnos para encontrarnos a nosotros mismos. Qué sentimos, que observamos, en qué podemos mejorar para crear nuestro propio decorado interior. Al final la vida es como un teatro.
Los libros se aparcaron, las pizarras se taparon, las teorías se guardaron en el baúl. Se paró el tiempo. En silencio y con sonido. Cuando entramos en escena (en un aula, en un despacho…) pisamos las tablas con todo lo que somos: con nuestros miedos, nuestras manías, nuestros perjuicios, nuestros te quieros, nuestras vivencias y experiencias… Nos expresamos con nuestro cuerpo, con nuestro tono de voz… Si somos capaces de desempolvar nuestros mecanismos internos, estaremos en mejores condiciones para “educar” en paz. Guardo una imagen en mi CD en blanco y negro. Zapatos aparcados, unos pegados a los otros en un aula del otro siglo, mientras volábamos con las letras de Sabina, Serrat, Tina Turner, Beatles, Fito y los Fitipaldis… y un árbol con manos de colores, pintadas a trazos de revolcones de infancia y de sueños aún por hilvanar. Un día de educación.


Hace días que quiero escribir, pero no encontré ni un segundo. Salir de la burbuja de lo cotidiano y la rutina cuesta, más que por no intentarlo porque te apresa el tiempo. Me llamó la atención un artículo que leí sobre la ansiedad que decía algo así como que es un estado de inquietud curioso, empezamos a sufrir por algo que ni siquiera sabemos con certeza que se va a manifestar en el futuro, y de ahí la impactante frase de Descartes: “Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron”. Sabéis, le di dos vueltas y pensaba que a veces sería muy bueno sustituir nuestras reacciones automáticas por respuestas elegidas. Me explico tener la frialdad en décimas de segundos de poder cambiar de escenografía, como si de una obra de teatro se tratase o como si estuviéramos rodando una película. Intercalar trozos de películas entusiastas y momentos encantadores para rebobinar rápidamente y sustituirlos por esos otros que no nos oprimen, más que no nos dejan ser felices. En el fondo tenemos que ser un poco informático/as, arquitecto/as o escultore/as y poder reprogramar, reformatear o esculpir nuestra propia vida y nuestros propios sentimientos. Silencio, comienza la vida. Una segunda oportunidad.

El caballo y el espejo del alma


Estaba navegando después de mis vacaciones por mi CARBONERAS, -que duro es volver cuando desconectas unos días. El choque con la realidad es tremendo, sobre todo, cuando vuelves a un lugar que sabes que no es el tuyo-. Me encontré esta entrevista que me llamó la atención, por lo innovador del asunto. Un caballo, el espejo de tu alma? Conocía de las cualidades terapeúticas de los burritos pero lo que más me ha sorprendido ha sido el valor de los caballos para intentar buscar el liderazgo que todos llevamos dentro. Esta entrevista, publicada en La Vanguardia, me sorprendió espero que también os dejo un buen sabor de boca. ¿Quién se apunta a cabalgar?

Edgar Guerrero, susurrador de caballos y pionero del ´horse coaching´ en España"El caballo te enseña a ser un buen líder"VÍCTOR-M. AMELA - 06/04/2010
Tengo 62 años. Nací en Cali (Colombia) y vivo en Cabrera de Mar. Imparto cursos de liderazgo con ayuda de caballos. Estoy casado y tengo tres hijos, Aleix (33), Toni (31) y Laia (29). Nuestros políticos no son líderes ni de ellos mismos. Soy católico. Un caballo es un espejo
¿Susurra usted a los caballos?

Eso decían en el siglo XVIII de un tal Sullivan: serenaba caballos hablándoles al oído...

¿Verdad o mentira?

Los caballos tienen un oído hipersensible: es verdad que los tonos de voz bajos y alargados les serenan.

¿Les habla usted así?

Sí, pero se trata de un modo integral de tratar con caballos. Practico la doma natural.

¿En qué consiste?

Establezco una relación con el caballo que hace innecesaria la fuerza: el caballo me sigue dócilmente.

¿Cómo es posible?

Es muy natural: el caballo quiere un líder. Y si te siente como líder, te sigue.

¿Cómo puedo ser líder para un caballo?

No lo será siendo el más fuerte, sino el más servicial: en una manada de caballos, es líder el que se sacrifica vigilando para que los demás puedan agacharse tranquilos a comer hierba sin preocuparse…

Mis políticos no vigilan y me culpan.

Aún no entienden que liderazgo es servicio.

El incendio de Horta, la nevada…

No entienden que deben responder de la seguridad y eficacia del grupo. Al buscarse excusas, ¡dejan de ser líderes! Ya no lo son.

¿Qué nos atrae tanto de los caballos?

Vemos en ellos fuerza, valor, nobleza, elegancia, poder, confianza, armonía, libertad: ¡todo lo que querríamos para nosotros!

¿Se me pegará algo si me acerco a uno?

Primero aprende a acercarte a un caballo.



Nunca de frente, nunca rápido, nunca directamente, nunca bruscamente, nunca mirándole a los ojos.

¿Por qué?

Presa de carnívoros, el caballo tiene el impulso genético de huir: el miedo ha preservado sus genes. Así que acércate con suavidad, ladeado, en lento zigzagueo, cabeza gacha, con humildad... ¡Primera lección!

¿Cuál?

¡La humildad! Si vas con humildad, el caballo enseguida te tomará confianza.

¿Y luego?

Si le transmites calma y resolución, seguridad, él te seguirá: serás su líder. Es un animal jerárquico, busca sentirse tranquilo, ¡necesita alguien de quien fiarse! Y aquí llega la segunda lección para la vida en grupo.

¿Cuál?

Por mucho cargo que ostentes, si no infundes confianza, carecerás de autoridad: no habrá equipo. Serás líder natural sólo si los miembros del grupo confían en ti.

¿Quién viene a aprender liderazgo?

Ejecutivos: el contacto con los caballos les enseña muchísimo sobre sí mismos, y así aprenden a corregir y mejorar aspectos...

Cuénteme algún caso.

Coloqué a un director general en el centro de la arena, encerrado junto a un caballo. ¡El caballo entró en pánico, empezó a correr como un loco, buscando una salida!

¿Por qué?

La hipersensibilidad del caballo detecta tu ánimo interior, tu energía, tu modo de estar: ¡es tu espejo! El caballo captó la energía agresiva de aquella persona y así reaccionó.

¿Y qué sucedió con el directivo?

"Baja la cabeza", le indiqué. La bajó. El caballo seguía asustado. "Hazte pequeño. Agáchate. Encógete...", fui sugiriéndole. El hombre acabó enroscado sobre sí mismo, en el centro, y sólo así el caballo fue calmándose.

¿Qué aprendió el tipo?

"¡Me paso la mitad del tiempo pidiendo disculpas por mis malas formas!", me reconoció luego aquel arrollador directivo. "Esta misma mañana he hecho llorar a mi hijo", confesó triste. Era un tipo muy válido... que provocaba estropicios emocionales: ¡un caballo le enseñó a ejercitar la empatía! Hoy practica un yoga relajante, le va muy bien.

Cuénteme otro caso.

Llegó una directiva muy refractaria: "Ni me gustan los animales ni yo les gusto a ellos". Acabó abrazada al cuello del caballo...

¿Qué beneficio profesional obtendré?

Cuando conectas con el caballo, ¡sientes que tienes poder natural! Es tan gratificante que sales de aquí muy seguro de ti mismo, con confianza y autoestima.

¿A quién cree que le sería más útil un cursillo así?

A una mujer maltratada, un desempleado... Están viviendo el terror primigenio del ser humano: haber perdido tu lugar, haber sido expulsado del clan. Gracias a los caballos, por una vía emocional, descubres que atesoras recursos, y recuperas posición, poder.

¿Acabamos con un último caso?

Me vino un grupito de empresa (incluida una joven becaria extranjera en prácticas, a la que nadie hacía caso), y en los retos con caballos que planteo al grupo - conducir al animal desde un punto A hasta un punto B, por ejemplo-,aquella chica casi invisible, con tacto, capacidad de análisis y resolución, ¡acabó liderando al equipo! A la vuelta del cursillo, por cierto, la contrataron.

Cuénteme otro ejercicio con caballos.

El caballo te sigue en cuanto siente que tú sabes adónde vas. Así, si saltas un listón, él saltará detrás. Un día el listón estaba caído, pero una chica lo saltó como si estuviese en su sitio. ¡Y el caballo, tras ella, saltó como si el listón estuviese alto! Ella, pues, transmitía seguridad, confianza: era líder.

¿Qué tres cualidades debería reunir para ser un buen líder?

Visión clara de adónde vas. Capacidad de empatía. Capacidad de comunicar.