Educar, una cartera sin instrucciones

Luna ha comenzado a ir a la escoleta. La verdad que es difícil hacerse a la idea de los pensamientos que se la pasarían en su primer día en los que Teresa, la mujer que la cuida desde los 6 meses, la dejó allí en un lugar con desconocidos. Me muero sólo de pensarlo. Dice su profesora que le cuesta relacionarse. Mira y remira todo lo que hay en su nuevo habitat, aunque sólo sean unas horitas. Confío en que allí vaya descubriendo los primeros railes del camino que es la vida. Alguién dijo una vez que educar es templar el alma para las dificultades de la vida. Prueba, error y acierto. Y así, sin manual de instrucciones, su padre y yo nos adentramos en el laberinto de la educación intentando inculcar los valores más preciados a Luna. Viajar, leer, pasar una mañana en el parque del barrio, mirar morir el sol, ir de museos, decir la palabra mágica: por favor y gracias; ir al teatro y concierto, guerras de besos y abrazos...

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pensar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada"
(Gabriel Celaya)

Con el permiso del corazón

Leía esta mañana que las investigaciones del HeartMath Institute han demostrado la importancia de la energía emitida desde la cajita roja:
- La fuerza eléctrica de las señales del corazón (ECG) es 60 veces más fuerte que la señal eléctrica del cerebro (EEG).
- El campo magnético del corazón es 5.000 veces mayor que el del cerebro.
Así desde nuestro corazón emitimos esencialmente más energía que desde nuestro cerebro.
Me sorprenden las cifras, pero siempre escuché algo así como lo importante que es prestar atención a la voz del corazón. En comunicación, los sentimientos se imponen. Nuestro corazón traduce todas las convicciones, todas las imaginaciones y emociones a otro –un idioma codificado de vibraciones y ondas– y las emite. Si vives amas, si amas, disfrutas.

Quiero quedarme con el regustito y pasar de largo del olvido. Plasf, Plic... menos mal que han sido reparadoras las vacaciones, pero qué pasa con el olvido. Es cómo un cáncer del tiempo, libros con olor a viejo y a tierra húmeda, sentimientos que hipotecan el alma para siempre volver... vives aprendes, ries aprendes, un eclipse de sol para conquistar la luna, rosas que intentan enloquecer alargándose por el camino que te llevan...

Vagón para destrozar la rutina

Se acabaron las vacaciones. Como un barco en alta mar, estos días de descanso y desconexión total han dejado una huella imborrable: mis mejores horas al lado de mi AMI y mi hija Luna, las dos personas que más quiero en este mundo, y por las que siempre tengo lista una maleta repleta de ilusiones. Llevo algunas noches triste y llorosa, pensando que a gustico se está junto a los míos. Mañana tocará subir de nuevo a la noria, pero la gran suerte que tengo es que al llegar a casa me esperarán con un gran abrazo y millones de besos. Esto para mi han sido los grandes momentos de unas jornadas por Galicia, León, San Sebastián, Cauterets y Cala Ratjada. Mar, montaña, azul y verde, silencio e inmensidad, amaneceres y laberintos de placer, deseos interminables y madurez embriagada, sombras con alma, pomadas envenenadas de añoranzas, abrazos amigos y sonrisas amistosas, rimas de canciones teñidas por las cenizas del pasado, ojos iluminados de futuro, bufandas humanas, revoluciones e inyecciones para seguir construyendo niños con canas, que se atreven a volar bajo el cielo que agoniza detrás del espejo. Esta noche me acompañara la Luna, con su saxo y violín para dormirnos en un vagón que destrozará la rutina. Sube el telón.


Las montañas de los Pirineos franceses nos devolvieron balones de oxigeno y el calor para siempre volver.