amistad para siempre


Tuve el placer y la oportunidad de conversar largo y tendido hace unos días con José Manuel Casado y Alicia Jiménez, dos grandes del management español, que estuvieron por Palma como protagonistas del programa de formación especializada que la confederación de empresarios, CAEB, dirige a los responsables de RRHH bajo el título "La calidad en la dirección de las personas". José Manuel y Alicia dieron un barniz a los directivos sobre el verdadero ADN de las organizaciones y sus metas, la gestión del rendimiento y las cualidades y competencias que deteminan el liderazgo. Me llevé a casa un decálogo de buenas intenciones con alma y sentimiento: un líder es sinónimo a visionario y apasionado, a innovador y emocional, a flexible e imaginativo, a amante al cambio y gran experimentador, a interdependiente, a buscador de riesgos controlados, a delegativo o a visionario de futuro con estrategias de cambio... El gran problema de los jefes de hoy es que tienen grandes carencias emocionales. José Manuel hablaba de softología, una llamada de atención para reducir ese hipoliderazgo o escasez de líderes. Con este curioso término se refería a la parte más humana que determina la conducta del directivo: el autoconocimiento, la relación con los demás y las emociones. Pero es más, todo este plano tan humano que desarrolla al jefe como persona, como directivo, como padre o como amigo, debe tener como gran aliado, la frase "quiero cambiar. quiero abrir la cremallera de mi corazón y mente". Si no, a la basura, cualquier intento. Dirigir es predisposición a conocerse y a conocer; a ayudarte y ayudar; a corregirte y corregir... Alicia les dio una pista, las herramientas del coaching, el para qué, el qué te preocupa en estos momentos, el qué quieres trabajar hoy, el qué quieres conseguir, el qué vas hacer, el cuándo, y el que te llevas. Una auténtica revolución interior si lo aplicas, pero en este camino tienes que apoyarte en alguien como la niña que salta a la comba. El diario El País, en su suplemento salmón Negocios, recogía este fin de semana una entrevista con Richard E. Boyatzis, experto en inteligencia emocional. La periodista le pregunta: ¿Puede hacer uno mismo este cambio en su diálogo interior, sin ayuda?. Y contestó: "No. Necesitas ayuda, ninguno de nosotros puede hacerlo solo. No necesitas ni un psicoterapeuta. Lo que necesitas es alguien que te ayude, como un coach o nuestro mejor amigo, lo que solíamos tener antes del teléfono móvil o del e-mail, cuando les dedicábamos tiempo. Los buenos amigos suelen ayudarnos. Hoy tenemos que encontrar un sustituto. Bien crear grupos de amigos que pasan tiempo juntos y se ayudan o bien ir a un coach. Nadie va a realizar un proceso de cambio interno solo". Ah, por cierto, y no se olviden de felicitar. En España, y en concreto en las empresas, sólo se felicita por Navidad. Recuerde que todos los días son un buen momento para hacerlo. No se olvide. Su colaborador se lo agradecerá de veras.



Día 24 de noviembre. Apunté esta fecha en mi calendario personal hace tres años y os aseguro que siempre la recordaré. Una cita en la que se fusionó desencuentro con sueño. DyS, suena a marca sinónimo de talento, trabajo en equipo, liderazgo, comunicación y brillantez para aprovechar la crisis como una alternativa de mejora. Y venía a contar esto porque comí con una de las jefas más ilusionantes (aunque con algunos puntos a mejorar, como cualquier humano) que conozco, una gran amiga, esa que pones en mayúscula. Durante el almuerzo frente a un mar que nos conmueve a las dos, me contó un capítulo de Al filo de lo imposible, ella también ama y entiende la montaña. La subida de dos equipos a la cumbre, dos equipos que no se conocían pero que tenían la misión de conquistar aquello por el que sueñan: tocar cumbre. ¿Qué difícil no? Cómo confíar en un líder que no conoces, con el que no has hablado jamás, con el que nunca compartirtes ni una sonrisa ni un marrón... Dediqué 15 minutos a buscar por esta red quienes conquistaron el Everest y me encontré a un hombre: Tenzing Norgay que fue un guía sherpa que acompañó a Edmund Hillary en el primer intento exitoso en alcanzar la cima del Everest, después de varios intentos con diferentes equipos. Tenzing Norgay y Edmund Hillary se hicieron famosos cuando consiguieron alcanzar la cima de ese gigante que roza el cielo a las 11:30 de la mañana del 29 de mayo de 1953.

Aprendí algo de Tenzing. Él comentó que "no se sube una montaña como el Everest tratando de trabajar solo o en competencia con sus compañeros. El trabajo en equipo se hace lento, cuidadosamente y sin egoísmos. Por supuesto que me gustaría llegar a la cumbre por mí mismo; es lo que he soñado toda mi vida. Pero si lo logra otra persona, lo asumiré como un hombre y no me pondré a llorar como un niño. Para eso está la montaña ahí".

A medida que el desafío crece, la necesidad de un trabajo en equipo aumenta. Y esto lo tenemos que tener todos claro. Pero es más, el que lidera y el que soñó para que algo grande sucediera, tiene que agarrarse al potencial y al interes de otras PERSONAS. Pongo esta palabra en mayúscula porque a veces nos olvidamos de que existen, y son las que hacen engrasar las metas.

Tenzing escribió: "El equipo de escaladores, siguiendo la vía abierta para ellos finalmente logró que dos pares de ellos intentaran alcanzar la cima. El primero estaba formado por Tom Bourdillon y Charles Evans. Cuando lo intentaron y fracasaron, le tocó el turno al otro equipo. Este estaba formado por Tenzing y Edmund Hillary. Acerca del primero de los dos equipos, dijo:
estaban extenuados, enfermos, exhaustos, y por supuesto, terriblemente decepcionados por no haber logrado llegar a la cima. Pero aun así … hicieron todo lo que pudieron para aconsejarnos y ayudarnos. Y, yo pienso, así es como debe ser en la montaña. Así es como la montaña hace grandes a los hombres. Porque ¿dónde estaríamos Hillary y yo sin los demás? ¿Sin los escaladores que abrieron la ruta y los sherpas que transportaron la carga? ¿Sin Bourdillon y Evans, Hunt y Da Namgyal, que fueron delante de nosotros allanando el camino? ¿Sin Lowe y Gregory, Ang Hyima, Ang Tempra y Penba, que lo único que hicieron fue ayudarnos? Fue sólo gracias al trabajo y sacrificio de todos ellos que ahora teníamos la oportunidad de llegar arriba. Ellos aprovecharon al máximo la oportunidad que se les brindaba. Y el 29 de mayo de 1953, Tenzing Norgay y Edmund Hillary lograron lo que hasta entonces ningún otro ser humano había alcanzado: ¡Pararse en la cima del Monte Everest, el pico más alto del mundo!
¿Podrían haberlo hecho solos Tenzing e Hillary? La respuesta es no. ¿Podrían haberlo logrado sin la ayuda de un gran equipo? De nuevo, la respuesta es no. Siempre dependemos de alguien.

Un buen líder tiene que saber detectar el potencial y el interés de cada persona, como si se tratase de un ajedrez marcar la mejor jugada con sus mejores peones; dejar la comunicación fluir, transmitir con seguridad y confianza, entusiasmar, anteponerse, visionar en positivo, dar pautas y marcar hoja de ruta sin imposiciones, aconsejar, aportar su experiencia (la madre de todas las ciencias) y dejar hacer y sobre todo, saben felicitar y compartir éxitos y fracasos.

Uno de los errores que he visto repetidamente cometer en mis antiguas empresas es que dedican demasiada atención a los resultados y muy poca a los que reman, a los que se implican.
A veces, también he vivido en mis propias carnes, como por falta de habilidad, o por no comprender, o por no hablar o por una actitud no adecuada, un miembro del equipo puede transformar a un equipo ganador en uno perdedor. Si el equipo no está dando la talla, es casi seguro que tenemos que hacer algunos cambios.
Hacer que un equipo se desarrolle no es fácil. Creo que demanda y consume mucho tiempo, pero es más algunos jefes aplican el divide y vencerás. ¡Error!. En este camino, nos encontramos con desafíos, con obstáculos, y eso es lo que endurece y cohesiona el equipo. Y es cruel decirlo, pero lo que no están integrados, lamentablemente hay que retirarlos del proyecto. El alma del proyecto son/somos todos.
Tenzing ya lo dejó claro: "En una gran montaña, nadie abandona a sus compañeros y se lanza a la conquista de la cima solo".
Pero es más, durante la conversación con mi GRAN AMIGA, ésta me comentó que algunos pagaron el precio más alto, dejaron su vida en la montaña; y ¿saben lo que dejé helada aunque si se piensa es muy obvio, los que sobrevivieron a la hazaña? Eran los que al pie de su sueño, tenían a gente esperándole, su mujer, sus hijos. Aquí el amor también entra en juego para mover montañas.

Después de esto, me pregunto: ¿qué clase de ajuste necesito hacer para crear mi equipo ideal? ¿Necesito más tiempo para ayudar a mi gente? ¿Estoy creciendo? Si no es así, aún puedo empezar. Tendré que leer a John C. Maxwell, experto en liderazgo de los EEUU, y sus 17 leyes incuestionables del trabajo en equipo. Otro día os lo contaré.




Adiós


Pensaba que las prisas nunca me quitarían lo que más quiero, pensaba que el ya no te obligaría a aparcarme, pensaba...
Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores. No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico. Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos. Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas; si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres, y jugaría con más niños, si tuviera otra vez vida por delante. Pero ya ven, tengo 85 años... y sé que me estoy muriendo. (J.L. Borges)
Me contaba el otro día me vecina que su hija está aprendiendo a montar en bici, y que un amigo suyo le ha hecho un montaje con la canción de Verano Azul de fondo. Durante las imágenes, la pequeña Antonia se pegó un morrazo, y su mami se veía en la grabación diciéndole: ¿Te has caído? y la pequeña le contestó: "sí, mamá, estoy aprendiendo". Me quedé pensativa... y cuando reaccioné me pregunté ¿por qué los mayores no nos atrevemos a caernos?

¿Saben dónde estaba un día como el de hoy hace ahora 20 años? Abriendo mis ojos a mi gran sueño, saltar de Carboneras hasta Madrid a estudiar Ciencias de la Información. Se cayó el muro de Berlín. Ahora cuando navegaba por esta red, sentí nostalgia, quizás tristeza. Me acordé del cálido piso de Usera, de mis compis de piso Ruth, Mar, Espe, de mis paseos por la Latina, de mi entrada en el bunker de cemento de la facultad, de aquellas aulas gigantes que más de cien alumnos... Recuerdo al profesor Fajardo relatar la aplastante victoria capitalista sobre el antiguo regimen. La victoria de la libertad. La historia pasó por delante de nuestra nariz. A buen seguro que ni nos enteramos que suponía ese salto a la libertad. Ya no hay barreras. Ya quedan pocos muros. Veinte años después, muchas consecuencias revolucionarias de esa noche ya son parte de la historia. La Unión Soviética y su imperio desaparecieron silenciosamente, y con ellos el orden mundial de la Guerra Fría. Alemania se reunificó; Europa del Este y los Estados de la periferia soviética lograron su independencia; el régimen del apartheid de Suráfrica se colapsó; llegaron a su fin numerosas guerras civiles en Asia, África y América Latina; los israelíes y palestinos estuvieron más cerca de la paz que nunca; y una Yugoslavia en desintegración degeneró en guerras y limpiezas étnicas. En Afganistán, la guerra prosiguió bajo otras circunstancias, con serias ramificaciones para la región y el resto del mundo.
Como heredero victorioso del orden colapsado de la Guerra Fría, Estados Unidos se erigió en la potencia global indiscutida. Sin embargo, no hicieron falta más de dos décadas, tras la guerra en Irak y la crisis económica y financiera, para que dilapidara ese estatus especial.
Enmudecí con los periódicos. Pude ver en directo cómo el caballo de la historia enloquecía. Miles de ciudadanos, con picos, palas, martillos o con las manos de su rabia contenida, de su desesperación ante un horizonte cerrado y represivo, derribaban el muro.
Ahora nos queda la globalización, las crisis económicas galopantes, la sinrazón en el tercer mundo... ¡cómo hemos cambiado!







Albert Jovell (Barcelona, 1962). Me encontré una entrevista de la hoy defensora del lector de El País, Milagros Pérez Oliva, a este hombre allá por 2006. Es uno de los ponentes más solicitados en congresos y simposios sobre salud, porque, además de una sólida formación teórica, que incluye las carreras de medicina y sociología y un doctorado en salud pública en la Universidad de Harvard, desde 2001 reúne las dos caras de un binomio que con frecuencia aparecen enfrentadas: la de médico y paciente (enfermó de cáncer de timo).
Fue uno de los fundadores del Foro Español de Pacientes, lucha por conseguir una medicina más atenta, más afectiva, más humanizada. En el fondo, pensar en las personas. En sus preocupaciones, obsesiones, manias, tristezas, alegrías, gustos y digustos...
En la película ‘Mi vida sin mí’, Isabel Coixet condensó en una bellísima escena lo difícil que es para un médico dar las malas noticias. También planteó el deseo de continuar, de algún modo, responsabilizándose de lo que ocurre después de morir, con esas cintas en las que grabó mensajes para los futuros cumpleaños de sus hijas.
Milagros le pregunta: ¿ha hablado con sus hijos de su enfermedad?

No, son demasiado pequeños, pero sí que les dejo escritas mis vivencias: una autobiografía titulada Bajo el signo del cáncer, sobre el proceso que nos llevó a Estados Unidos, la vuelta, la enfermedad…, para que entiendan el porqué de muchas de nuestras decisiones. Hemos procurado que no sufrieran las consecuencias de mi situación. Por ejemplo, antes de empezar la quimioterapia, como era previsible que les impactaría ver cómo perdía de repente el cabello, mi mujer compró una máquina de cortar el pelo, y un día nos cogió a los tres y nos dijo que nos iba a poner a la moda. A ellos les hizo gracia y yo me evité un mal trago. Hemos decidido no explicarles nada hasta que las cosas sean muy evidentes.

¿Ha cambiado su visión de las cosas?

En un aspecto ha cambiado de forma radical: he aceptado mi muerte. Mi muerte joven, quiero decir. Creo que ya no puedo esperar de la vida mucho más. Pero no hay hipocondría y tampoco tengo miedo. Acepto que he tenido mala suerte, pero la enfermedad también me ha reforzado. Observo las cosas con más distanciamiento.

¿Una especie de serenidad expectante?

Sí. La resignación existe. Piensas: así es la vida, unos mueren de cáncer y otros de sed en una patera a la deriva. No es algo que nos tenga que ocurrir a todos, pero a algunos nos ocurre, y entonces te parece absurda la obsesión por vivir mucho tiempo. Hay que aceptarlo, y no tiene mucho sentido desesperarse antes de hora. Eso sí que lo tengo claro, no vivo con angustia. Hay momentos en que estoy muy triste y hasta me pongo a llorar, pero creo que lo llevo con dignidad, de manera que no sea una carga para nadie. También hay un redescubrimiento de la vida interior y un mayor compromiso. No estoy reclamando más asistencia para mí, que tengo una buena asistencia; la estoy reclamando para todos los pacientes, y sobre todo hago todo esto porque creo que mis padres me dejaron una sociedad mejor que la que ellos encontraron. Yo les debo lo mismo a mis hijos.

Explíqueme eso…

La gente gasta mucha energía en odiarse, en crearse problemas perfectamente evitables, en cosas banales. Yo parto de la idea de que no tengo que tener problemas: ¡ya tengo un problema! Y por tanto, cuando alguien me viene con uno nuevo intento situarlo rápidamente en un contexto resolutivo: a ver, ¿tiene solución o no la tiene? Si no la tiene, no gasto más energía. Tengo las prioridades muy claras. Pienso: aquí hay dos niños, y cuanto más tiempo disfruten de su padre, mejor; por eso ahora lo que quiero es ganarle tiempo a la enfermedad para estar con ellos. El mejor regalo que me hicieron las pasadas navidades fue el informe del profesor que decía que mi hijo pequeño era un niño muy feliz.

Así es la vida. Gracias Albert porque me hiciste un trayecto de 45 minutos en coche más corto y más humano. Llegué a un hospital por cuestiones de trabajo a visitar la Unidad de Partos... y allí el día nos sorprendió. Una niña acababa de nacer. Suerte amiga.

Los secretos de la complicidad


Las miradas son una vieja forma de trabajar. Las risas también es una excelente manera de disfrutar trabajando. La complicidad destroza las dificultades. El compromiso da alas a los sueños. Soñar es vivir despertando y abriendo horizontes. Llevo una racha que sólo conozco casos de personas que abandonan sus puestos de trabajo o provocan su despido por falta de sintonía en el equipo. En tiempos de crisis esto es una pésima noticia porque en estos momentos es cuando hay que remar todos en la misma dirección. Se suele decir que cuando todo va bien no existen los problemas, sin embargo, los huracanes suelen tumbar a las organizaciones y poner al descubierto todas las flaquezas en momentos de debilidad. El viernes por la noche tuve la oportunidad de ver en concierto a Los Secretos. 30 años encima del escenario desde que allá por los años 80 parieran la movida madrileña. ¡Qué bien se lo pasaban en el escenario! Miradas canallas, sonrisas complices, saltos adolescentes... Cuando me olvidé de las letras tristes de los hermanos Urquijo, me pregunté por qué en las empresas la gente no se lo pasa tan bien. ¿Se despiden interiormente? Jo, ¡qué rabia con lo bien que puede ser vibrar con lo que haces? A veces podríamos plantearnos saltar más. Brincos pequeños que nos hagan soñar. A menudo bastará con pequeños divorcios con nuestras rutinas o pequeños actos de valentía, coraje o imaginación. En ocasiones se presentan oportunidades que debemos aprovechar para saltar. Salta amig@.Y como decían estos poetas llamados tristeza, no perdón, Madrid, no perdón Los Secretos: Sueña¡¡¡

Caen tus ojos agotados de ser/
los testigos de tantas sorpresas/
ventanas sabias que/
decides cerrar/
a las luces de fieras tormentas./
Sueña, cuéntame historias de almohada/
juega, mientras te dejas llevar/
buscas en la oscuridad/
aún tienes un sitio donde echarte a soñar./
Entran nerviosos por la puerta de atrás/
cuando al aire se le oye silbar/
van disfrazados para el gran carnaval/
esa fiesta que dan en tu honor./
Juegan, acariciando tu espalda/
sueña, sobre ese cálido mar/
si aún pudieras elegir/
cuál de entre tus sueños/
soñarías por mí/
el deseo que jamás cumpliste/
si aún tienes un sitio donde echarte a soñar./
Sueña, cuéntame historias de almohada/
juega, mientras te dejas llevar/
buscas en la oscuridad/
cuál de entre tus sueños soñarías por mí/
el deseo que jamás cumpliste/
aún tienes un sitio donde echarte a soñar./
Caen tus sueños y un instante después/
en tus sueños has vuelto a nacer...