No me quería morir allí


"Yo sólo quería irme de allí. No quería morirme". Esta fue la decisión que tomó uno de los supervivientes del accidente de los Andes(1972) cuando se destapó como líder y empezó a buscar el camino que le llevaría días después a la civilización. Nando Parrado pasó por Palma y allí estuve para no perderme el relato de un milagro. Parrado contaba que "cuando el cerebro percibe el inicio de la inanición, cuando se da cuenta de que el cuerpo ha empezado a descomponer su propios tejidos para usarlos como combustible, libera adrenalina en señal de alarma de un modo tan violento e intenso como el impulso que lleva a un animal acorralado a huir del depredador que le ataca. (…) Supongo que hay ciertas líneas que la mente cruza muy lentamente. Cuando mi mente cruzó finalmente ésta, lo hizo con un impulso tan primitivo que me dejó anonadado. (…) No me sentí culpable ni avergonzado. Hacía lo correcto para poder sobrevivir. Entendía la magnitud del tabú que acabábamos de romper, pero si sentía un intenso resentimiento era sólo porque el destino nos había obligado a elegir entre este horror y el de una muerte segura".
El accidente le marcó, sin duda, pero Nando ha aplicado la misma intensidad a su vida, aunque comparó aquella tragedia con la creación de sus empresas y comentó: "Todo esto me parece un juego".
Nando tiene una voz cálida y maneras suaves, pasión e ilusión. Comunica excelente, sus palabras sienten. Se comparó con un animal. "Está claro que cuando estás en una situación límite de este tipo te vas transformando en casi un animal. Has de sobrevivir basándote en el instinto, en mecanismos que son totalmente nuevos para ti. La mayoría de nosotros no había visto nunca la nieve. Pero teníamos menos de 20 años, y cuando eres tan joven te parece que eres inmortal: nada puede pasarte. A esa edad, la muerte está muy lejos, y convivir con ella tan intensamente te hace madurar mucho. El alud nos cogió por sorpresa. Y sí, me abandoné: estás enterrado en la nieve, en la oscuridad; no te puedes mover, no puedes respirar; tienes como diez mil toneladas de cemento encima, y no te queda más remedio que aceptar que vas a morir. Y entonces sientes como un relax. Había sido tan violenta la supervivencia hasta ese momento, tan fría, tan helada, que al ver que iba a morir no sentí pánico, sino una especie de descanso. Sorpresivamente, alguien me sacó y pude respirar".
Nando habló también de la difícil decisión de comer carne humana. "No fue fácil, pero tampoco tan terrible: hay que estar allí para entenderlo. Tú estás abandonado en un glaciar a más de 4.000 metros de altura y tienes que salir de allí como sea, pero estás débil y el tiempo no te deja moverte. Sabes que si no comes, nunca saldrás de allí. En esa situación, tu mente trabaja en otra dimensión, piensa de otra manera. Y el cuerpo y la mente se defienden. Una noche, Carlitos está a mi lado: “Qué estás pensando”, le pregunto. “Lo mismo que vos”, me dice. “¿Y cómo sabes lo que estoy pensando?”. “Porque todos estamos pensando lo mismo”. ¡Todos pensábamos lo mismo! Decidimos plantearlo a los demás, y al poco, todo el grupo hablaba de ello. Tardamos 10 días en atrevernos a verbalizarlo, cuando ya la supervivencia estaba realmente comprometida. ¿Y cómo se muere uno mirando a los ojos del que se está quedando congelado a tu lado? De no tomar esa decisión, todo hubiera podido ser mucho más dramático, tal vez violento. Decidimos respetar, mientras nos fuera posible, los cuerpos de los familiares: el de mi madre y mi hermana mientras yo estuviera allí".
Fueron un equipo, se conocían. Sin embargo, cree que hicieron lo que debieron: "
Yo creo que nunca fuimos mejores hombres que allí arriba. Éramos tan primitivos como los hombres de las cavernas, pero con la inteligencia y la educación de hoy. Estábamos al límite de los límites, pero habíamos sido educados en el respeto, el honor, la ética y la amistad. La mayoría éramos amigos desde hacía más de diez años, nos conocíamos desde pequeños, y formábamos un equipo de rugby; eso quiere decir que estábamos entrenados para resistir. Diez minutos después del accidente, ya actuábamos como un equipo: el capitán, Marcelo Pérez, asumía su función, y Roberto y Gustavo, como estudiantes de medicina, se hacían cargo de los heridos. Al poco, Marcelo ya estaba pensando en cómo construir una pared para parar el viento. Eso nos salvó. Si él no hubiera actuado con tanta decisión hubiéramos muerto congelados la primera noche. Una respuesta tan organizada hubiera sido muy difícil en un avión comercial, con gente de distintas edades, países, culturas, idiomas…, gente que viaja sola y gente que va con su familia, porque en ese caso, si uno tiene un trozo de chocolate, ¿lo reparte o lo guarda para sus hijos? Nosotros lo pusimos todo en común".
También recordó cuando escucharon en la radio que no nos iban a rescatar. Entoncés, fue cuando decidió que yo no iba a quedarme allí, que subiría aquellas montañas, y si había que morir, moriría en el camino. "Tenía un miedo bárbaro y no podía irme solo. Era una situación muy angustiosa, porque no son horas ni días, son semanas pensando en cómo marchar, y mientras tanto van pasando cosas: miras el tiempo y vas descartando a los que no pueden ir porque están débiles, y al final te quedan tres o cuatro. Y les has de convencer. Yo los miraba y pensaba: Dios mío, están horribles y yo no debo estar mucho mejor; hemos de esperar a que el tiempo mejore, pero hemos de salir antes de que estemos demasiado débiles para intentarlo".
Al año del accidente, su padre le dijo: “Quiero ir a poner flores”. Y yo le dije: “Te acompaño”. En lugar de ir por el lado chileno, que es por donde salimos nosotros y tardamos 10 días, vamos por el lado argentino, que son tres días nada más y se puede ir caballo.
"Cuando vuelvo, siempre me impresiona. Es un lugar magnífico, espectacular, silencioso e inmenso". Nando Parrado acabó su conferencia con un audiovisual durante un viaje que hicieron a ese lugar con su mujer y sus dos hijas. "Nunca habían querido ir antes, pero después de leer el libro quisieron hacerlo. Querían ver el lugar donde nacieron. Me dicen: “Papá, si tu no hubieras hecho eso, nosotras no existiríamos”. Nando aprecia las pequeñas cosas de esta vida.

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