La magia de un hospital

"Le espero en una sala mientras él, en el lavabo, ajusta su pierna electrónica, que perdía aceite". Esto lo contaba ayer Albert Espinosa, guionista de la película biográfica Planta 4ª. Escuchar a Albert me enseñó cosas, quizás me zarandeó de mi burbuja sanitaria-periodística. Me escapé al hospital Son Llàtzer al filo de las 13.30, un compromiso con su jefa de prensa, Joana Mas, su ciclo de conferencias, y un ratito de zen para mis ajetreadas neuronas. Allí descubrí como no es triste morir y que lo lamentable es "no vivir, no vivirlo todo, incluida la tristeza o la misma muerte". Albert, lo contaba porque lo sabía. A sus 13 añitos le diagnosticaron un cáncer, le amputaron la pierna, un trozo de pulmón y un trozo de hígado. Sí, vio las estrellas de ese tunel que tanto me asusta, y del que ayer vi su luz gracias al humor de Albert. Comentaba que "cuando uno se cruza con la muerte, tiene necesidad de contarlo". Supongo que si Albert y me ayudaste a no tenerle menos miedo. Me atreví a cruzar este puente con tu puntito de humor y ¡qué bien me supo!
-¿Morir no es triste, dice?
"Si luchas, no. Has ganado. Aunque mueras. ¡Todos hemos de morir, al fin! Yo he visto morir a muchos amigos míos del hospital, pero vencieron. Porque vivían. La victoria contra el cáncer no estriba en ponerte bueno, sino en combatir, en vivir todo ese tiempo". Y recordaba que cada vez que le amputaban "algo", hacía una fiesta de despedida de su pierna. [Es el único que tiene ya un pie en el cementerio] ¿Sabíais a quien se atrevió a invitar? A un portero de fútbol al que le había metido muchos goles, (ja-ja-ja), e incluso bailó "Esperame en el cielo" con una enfermera. Imagínaos lo duro para un niño no volver a pegarle patadas a un balón.
Decía con la boca grande, "teníamos un pacto: si uno muere, nos repartimos su vida entre los que quedamos”. Hoy yo vivo 4,8 vidas: la mía y otras 3,8". Así le ha dado tiempo de escribir tanto, y tanto.
Pero el cáncer le arrebató muchas cosas… Sí, contesta. "Me quitó partes del cuerpo y vivencias. Y, a la vez, me regaló vivencias emocionales intensas: ¡la balanza está compensada!".
El contó como a su hermana la nombraron a sus 10 añitos palanguera oficial, pues se encargaba de llevarle una palangana cada vez que vomitaba la quimio. Así le explicaron sus papis que su hermano padecía cáncer. "Nunca he conocido una palanguera más rápida", decía con voz de niño.
Su receta para tratar a alguien enfermo de cáncer, visitarlo, acariciarlo, tocarlo, abrazarlo, besarlo... Albert también tuvo palabras de elogio para los profesionales sanitarios, "todos tienen su papel", aunque dejó sobre la mesa ante un auditorio con muchas batas blancas que se dedicó muchos días a poner paz entre ellos (en concreto con los médicos) que tienen muchísimos celos entre ellos. Recordó a un celador que siempre dejaba 3,5 minutos para las despedidas a enfermos y familia antes de entrar al quirófano, al lado del ascensor. El buen hombre había calculado que era el tiempo que necesitaban para decirse "te quiero". El celador, siempre dejaba esos minutitos de intimidad con una excusa "se me olvidó un papel y voy a por él". Albert, gracias. Enhorabuena, Joana, por hacerme hoy sin saberlo muy feliz. Estas son los trenes que pasan por nuestra puerta y no podemos dejarlos pasar.

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