No hay nada imposible: No duermas para descansar, duerme para soñar

No hay nada imposible. He visto en últimas semanas diferentes películas de ejemplo de superación, de convertir los errores en éxitos, de perseverancia e insistencia. Morning Glory, El discurso del Rey o La leyenda del dj Frankie Wilde (en mis clases de inglés, me quedé alucinada, no sé si creerme la leyenda, pero es genial). Sus protagonistas combinan aquello en el que creen, con lucha, visión, coraje, pasión y lo llevan hasta sus últimas consencuencias. Cada una con un relato diferente. Morning Glory de la que aflora el compromiso y las ganas de una joven producta que quiere y aspira a toda costa a conseguir un buen trabajo que cumpla las aspiraciones y que, además, permita disfrutar de una vida plena. El dinero manda y las empresas sólo apuestan por los profesionales cuando los resultados de negocio son un hecho. Sin embargo, esta película demuestra que lograr un equilibrio entre el esfuerzo y la felicidad en el trabajo es una misión que sólo compete a la persona, si además se tiene una sana ambición, motivación y un buen equipo todo puede ir sobre ruedas. En El discurso del Rey, el angustioso tartamudeo del futuro Jorge VI de Inglaterra se convierte en una inesperada ocasión de llegar a ser un líder efectivo por medio de un logoterapeuta que ejerce de 'coach'. Tenacidad, compromiso, control y complicidad son las cuatro reglas del juego que logran ambos imponer para por fin conseguir el tartamudeo desaparezca y que el futuro rey logre dirigirse a la nación e imperio en una extensa locución radiada con una dicción cuasi perfecta. En la Leyenda del dj FW es un film que me hizo casi llorar. El dj Fw se convirtió en el dios de la noche. Drogas, alcohol, sexo y su pasión por la música son su vida. Hasta que un trastorno auditivo lo deja al borde de la sordera. Su vida se desvanece cuando no oye, cuando no siente su gran vitámina para soñar, la música. Incapaz de hacer mezclas, el público le abandona, pero también su manager, su esposa y casi todos sus amigos. Frankie se sumerge en una profunda depresión. Decir adiós al ídolo y al dios. Matar al oso de la droga, el alcohol y el sexo. Se recompone, se enamora, vuelve a componer con ayuda de sus pies utilizando las vibraciones del sonido, y olvida la noche para sustituirla con clases de música para niños. Y ¿cómo lo consigue? ¿Con su antigua mujer que le engañaba? ¿Con sus colegas que le fomentaban la necesidad del triunfo? Lo conseguirá con el amor de una mujer que es capaz de hacerle entender el mundo (le enseña el lenguaje de los signos) y por fin Frankie abandonará el mundo anterior (vicios, fama) para ser un ciudadano desconocido pero feliz. Ese hombre que la película ha definido como un ser atormentado (se le compara con Bethoveen, en un cuadro se identifica como Van Gogh y en el tema final que acompaña los títulos de crédito suena el Good vibrations, la obra maestra de The Beach Boys, cuyo autor y líder, Brain Wilson, sordo de un oído, desapareció durante años del panorama musical por innumerables problemas personales) consigue dominar sus demonios para triunfar en la vida. Al final de la película, aparece Frankie, sentado en el suelo de una calle tocando un pequeño instrumento de percusión, oculto bajo una capucha como si fuera un pedigüeño, y que es recogido por su mujer (y con un niño que intuí que era suyo) para alejarse andando. Un Frankie radiante recobra vida ayudando a niños con problemas auditivos como los suyos. “Las personas inteligentes se recuperan rápidamente de un fracaso. Las personas poco inteligentes no se recuperan nunca de un éxito” (Rudyard Kipling).



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