Un trozo del mediterráneo siempre presente


Faltaba en esta página una entrada a Carboneras. La puerta directa a mi corazón, a un trozo del mediterráneo, siempre presente, que baña mi alma y mi "sentio". Allí pasé mis primeros 18 años de vida, y siempre que puedo vuelvo porque las raíces nunca se deben ni las quiero perder. Aunque esté sentada en el sofá de mi casa en Palma, siempre me laten en mi mente las dos instantáneas que se asoman en esta ventana. Allí huelo de otra forma. Las risas resuenan en ecos que se estrellan por sus callejuelas repletas de mi infancia, de mis primeras amistades, de mis primeros amores, de las caricias de mis padres, de la mirada de mi abuela, de mis improvisados circos, de mi días de jabegueta con mi prima, de mi espera a mi padre cuando llegaba del mar, de mis intensos e inolvidables partidos de balonmano, de mis charlas con mis maestros, de mis clases en el Simón Fuentes, o en el Instituto Juan Goytisolo, de mis escapadas a bucear, a nadar hasta la Isla... Siempre volver es el reencuentro. Nostalgia de días felices. Mi arena, mi agua, mi mirada a la Isla grande (al abuelo de los meros- como me lo enseñó mi padre, mi abuelo...), mi olor... En mi castillo de los sueños, Carboneras. Mis raíces, mis gaviotas, mis caracolas, mis carcajadas sonoras, mis galanes, mis barcos, mis chavalerías, mis correntillas, mi familia, mis pelotazos al larguero, mis paseos en solitario por aquel Lancón que tanta veces despedí para siempre volver. Tú, Carboneras. Agito mis brazos en el viento de Levante. Cierro los ojos soñando que coges mis manos antes de que los abra. Y yo, que lloro este rincón, añoro por convertirla en un barco de papel y navegar lejos. Eso soy. Bajo un cielo que siempre mira a la mar.


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